4.6.10

Cancion para el que vendia su tiempo

Quizás es un cliché contar una historia en reversa, mas siempre hay un motivo para hacerlo. Perdonen mi futilidad literaria si no puedo evitar los recursos que la vida misma pone en el ojo a los suicidas, quienes azules y tiernos, casi ingrávidos, esperan el abraso que nunca llega.

Hay siempre algo de anecdótico en la vida vista desde el cielo; desde los aires, dicen algunos pilotos aterrados por el fragor de la guerra que aun resuena en sus sueños mas oscuros, hasta el brillo de las esquirlas en una explosión resplandece a miles de kilometros y se ve …hermoso.

Es tanto el tiempo que pasa entre el pabellón y la tumba que ciertos instante, ciertos momentos gravados a fuerza de sol en la cara o angustia en el pecho queman nuestra historia y dan a las cosas un matiz mágico. Y se transforman en las fabulas que mueven nuestro mundo y a veces el mundo de los que tocamos con esos resplandores inesperados al decir una frase entre café y café, entre vida y vida.

Son esos últimos pensamientos tibios, estas marcas en el muro de los días las cuales bailan frente a nosotros cuando sin el miedo que devora a los hombres, la muerte, nos susurra al oído su canción en el silencio, cuando la tierra se abre por palas ajenas para dejar nuestra barca de carne y papel. Los sutiles instantes que describen con trazos rojos lo que fue nuestra vida, nuestro valor, el espacio infinito que es la utopia de los sueños y su precio siempre es justo, tanto que aunque paguemos con el calor de nuestros cuerpos y el sufrimiento de nuestra alma, nos sabe mal dejar el lugar, este lugar, el que a fuerza de costumbre y rezo, de trabajo y llanto se convirtió en nuestro lugar.

Al menos así era hace algunos años, cuando el agua y los animales no tenían cauce. Cuando aun el hombre no violaba al hombre en lo más profundo.

Es tristemente celebre que solo “el hombre” pueda hacerse el daño mas terrible. Cuando uno esta en la punta de la escala trofica, se disfraza de su propio depredador. Ese es el tributo que debemos pagar a los ruegos de nuestra eterna alma de presa.

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